La ceremonia se realizó el 16 de diciembre en la Basílica Nacional de Nuestra Señora de Luján, patrona del país trasandino, y fue presidida por el cardenal Fernando Vérgez LC. “Fue muy hermosa, estaban presente la mayoría de los obispos del país, llegué a contar más de 80. Es un beato muy reciente, que falleció el año 98, y cuya memoria está muy presente”, reflexiona el Padre Javier.
El Padre Javier conoció al Cardenal Pironio a través de su secretario personal, el actual cardenal Fernando Vérgez, también Legionario de Cristo. El Papa San Juan Pablo II encargó al Cardenal Pironio la vida religiosa, labor por la que conoció a los Legionarios de Cristo, a quienes les pidió un sacerdote como secretario personal, que sería el entonces sacerdote Fernando Vérgez LC, hoy cardenal. Posteriormente el mismo Pontífice lo nombró encargado de los jóvenes, instituto seculares y movimientos, razón por la cual organizó el año 85 la primera JMJ por el año Santo, en Roma, y que luego se comenzó a organizar periódicamente.
“El año 87 la JMJ fue en Buenos Aires y me marcó mucho. Yo era consagrado y estuve muy presente en todo esto. Era un hombre de Dios que irradiaba bondad y sencillez”, comenta. Además, tuvo un rol muy importante como obispo del Mar del Plata al ser un hombre que siempre promovió el diálogo y la paz al interior de una sociedad argentina que por esos años estaba muy convulsionada. Tenía una frase que decía que «sólo el amor es fecundo», y con ese principio ayudó mucho”, agrega el Padre Javier.
Durante la ceremonia de beatificación el Cardenal Vérgez dio un detalle del amor que tenía el Cardenal Pironio por la Virgen y la Cruz como medio para expresar el amor a Dios. “Nos contó que al final de su vida, ya enfermo, le pidió a su secretario personal que no quería recibir morfina, ya que quería sufrir consciente y ofrecerlo por la Iglesia, lo que expresa muy bien el amor y la confianza en que el sufrimiento por amor, Dios lo bendice”, explica el Padre Javier.
El Cardenal Pironio, un milagro de la Virgen de Luján
El Cardenal Pironio fue enterrado en la Basílica Nacional de Nuestra Señora de Luján porque así lo pidió, ya que se consideraba un milagro de ella. “El cardenal le envió una carta al encargado de la Basílica en donde explica este milagro”, añade el Padre Javier. En ella relata que su madre estuvo muy grave luego de tener a su primer hijo, ante lo cual su médico le advirtió que no podría volver tener hijos. Ella lo conversó con su marido y con su confesor, quien le sugirió que le rezara y encomendara a la Virgen de Luján. Incluso su marido le llevó aceite de la lámpara de la Virgen de Luján. Finalmente sanó, y gracias a ello, tuvo 22 hijos, el último es el cardenal Pironio. “Él decía siempre que era un milagro de la Virgen de Luján”, recuerda el Padre Javier.
Quién fue el Cardenal Pironio*
Nació el 3 de diciembre de 1920 en el distrito bonaerense de Nueve de Julio, y murió de cáncer a la edad de 77 años, el 5 de febrero de 1998, en Roma, si bien sus restos reposan en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, Patrona de los argentinos, a quien siempre profesó su profunda devoción.
Fue el menor de 22 hijos de José Pironio y Enriqueta Buttazzoni, una pareja de inmigrantes italianos que llegaron a Argentina en 1898. Con tan solo 11 años ingresó al seminario San José de La Plata el 14 de marzo de 1932, donde inició su proceso de formación al sacerdocio.
Su ordenación sacerdotal tuvo lugar en la Basílica de Nuestra Señora de Luján el 5 de diciembre de 1943. Acababa de cumplir 23 años. Su primera eucaristía la celebró el 8 de diciembre –día de la Inmaculada Concepción– en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán de la ciudad de Nueve de Julio, donde había sido bautizado.
Comprometido con los pobres
En 1944 fue designado profesor en el Seminario Pío XII. Ya desde ese tiempo despuntaba por su capacidad académica, sus cualidades humanas y su pasión por la teología. “No dudaba en afirmar que la teología, como ciencia de Dios, debía estar abierta cada vez más a todos los cristianos, tuviesen o no investidura religiosa”, como afirma Bartolomé de Vedia, uno de sus biógrafos.
También en sus primeros años de presbítero fue asesor de los Jóvenes de Acción Católica de la diócesis de Mercedes y, más adelante, Asesor Nacional de la Acción Católica Argentina. Se sentía identificado con lo que más adelante se afirmaría en Medellín como “una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres” (DM, Juventud, 15).
El gran teólogo
Ernesto Fiocchetto lo califica como “un hombre fiel a su hora”, aseverando que “Pironio fue un gran teólogo”, con la particularidad de que “sin ser catedrático de claustro, y aún habiendo dejado los ámbitos de la docencia a medida que la carga pastoral aumentaba, está considerado dentro de los grandes pensadores de la teología de la liberación”.
Asimismo, Juan Carlos Scannone lo ubicó en la denominada corriente de teología desde la praxis pastoral de la Iglesia. “Adopta el lenguaje liberador, pero insiste en sus fundamentos bíblicos y de espiritualidad, sin entrar directamente a reflexionar en los aspectos políticos”.
De su profundo aporte docente, pastoral y teológico da cuenta sus múltiples obras y artículos publicados en diversas revistas, desde sus primeros años de sacerdote y durante toda su vida, amén de su gestión como rector del seminario de Buenos Aires y, posteriormente, como decano de la facultad de teología de la Universidad Católica Argentina.
Padre conciliar y de la Iglesia latinoamericana
Tras su designación como obispo auxiliar de Mar del Plata, en 1964, por el papa Pablo VI, el carisma, el pensamiento y la fuerza espiritual y pastoral de Pironio se expandió a nivel continental y mundial. Participó en las dos sesiones finales del Concilio Vaticano II y luego, como secretario general del Celam, ayudó a forjar la fisionomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña del posconcilio.
Desde 1972, siendo obispo de Mar del Plata, confirmó su vocación de obispo ‘servidor de la Patria Grande’, pues por ese tiempo también asumió la Presidencia del Celam y, por tanto, la responsabilidad de llevar adelante la aplicación de las conclusiones de la Conferencia de Medellín con profundo sentido profético y pastoral. “El Celam me enseñó a ser pastor sin fronteras y soy inmensamente feliz de proclamarlo”, confesaría por entonces.
En 1975, un año después de concluir su servicio en el Celam, Pablo VI lo nombró pro-prefecto de la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y, desde entonces, se traslada al Vaticano. Venía de un periodo de fuertes tensiones y violencia en su país. Su compromiso radical con la realidad de su pueblo, a pesar de las amenazas que había recibido contra tu vida, lo llevarían a exclamar: “me cuesta mucho dejar mi diócesis y a mi país”.
Pastor de la esperanza
Por aquellos días, aún en medio de la persecución y de la incomprensión de algunos sectores, no dejaba de animar a “caminar siempre en la firmeza inquebrantable de la esperanza”, exhortando al Pueblo de Dios, a todos los bautizados, a que “sean la Iglesia de la Pascua: es decir, la Iglesia que grita una esperanza que nace del corazón de la cruz, se apoya en la solidez del Espíritu y se compromete cada día a ser alma y fermento de la sociedad, luz del mundo y levadura de Dios para la historia”.
Ya en su nuevo servicio en Roma, Pironio marcó la diferencia con un nuevo estilo de liderazgo en la curia romana. Solía decir: “yo no estoy aquí para ser bombero sino para ser arquitecto; yo no vengo a apagar incendios, a resolver problemas, sino a animar”.
Un año después de su llegada a Roma, el Papa Juan Pablo II lo creó cardenal el 24 de mayo de 1976. Fue, de este modo, el primer cardenal latinoamericano en asumir una alta responsabilidad en la gobernanza de la Iglesia universal como Prefecto de lo que hoy es el Dicasterio para la Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, responsabilidad que asumió hasta 1984, cuando el Papa lo nombró Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.
Pironio y las JMJ
De la mano del Card. Pironio nacieron las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) por encargo de Juan Pablo II. La primera se realizó en Buenos Aires, en 1987, y en adelante se tornarían en espacios privilegiados de encuentro, oración y meditación sobre las enseñanzas de la Iglesia. “Estos jóvenes no le temen al cansancio, el sufrimiento o la cruz. Sólo tienen miedo de la mediocridad, de la indiferencia y del pecado”, declararía.
También tuvo un papel importante en el Sínodo de los Laicos, en 1987, y luego sería uno de los principales predicadores de la exhortación postsinodal Christifideles laici, dando conferencias alrededor del mundo sobre la Iglesia “sacramento de comunión misionera”, destacando de modo particular el papel del laicado. Un tema que, sin duda, se torna actual en el actual proceso del Sínodo de la sinodalidad.
Su ejemplo y testimonio de teólogo, pastor y profeta ha trascendido hasta nuestros días. En 2006, ocho años después de su pascua, la Conferencia Episcopal Argentina asumió la causa de su canonización. El decreto sobre la heroicidad de sus virtudes fue promulgado el 18 de febrero de 2022, con el aval del Papa Francisco.
*Semblanza publicada por Vatican News