El Padre Emmanuel Ortiz L.C., capellán y encargado del Ecyd en el Colegio La Cruz de Rancagua, nos cuenta sobre su rutina diaria marcada por la confianza y entrega en Dios para el éxito de la misión de cada día.
¿Cómo es un día típico y qué hace, en qué orden?
Un día típico comienza por la mañana, cuando me levanto a las 6. Luego, llego con mi comunidad a las primeras oraciones. Si me toca la misa del colegio, me voy directo al colegio; desde las 7 estoy saliendo. Si no, me quedo en casa a hacer mi meditación y, después de eso, me voy al colegio. Si salgo a las 7:50, estoy dando la comunión a los profesores y alumnos que llegan antes, y a las 8 es la misa para los papás que se quedan en el colegio.
Después de eso, hago mi meditación en el colegio, me tomo un café y empiezo con lo que tenga programado para ese día: clases, direcciones espirituales u organizar los apostolados. Las clases que imparto son de tercero y cuarto medio, o alguna reunión, ya que siempre hay reuniones.
También preparo los apostolados de las tardes. En mis tiempos libres, hago mis actos de piedad, como el breviario, la oficina de lectura, las horas medias, etc.
En las tardes, tengo los apostolados, como el ECYD, horas eucarísticas o algún apostolado relacionado con recoger comida o preparar misiones; esto último suele ser como un fin de semana. Si no, voy a Santiago, donde doy direcciones espirituales a los universitarios y me reúno con matrimonios; tengo dos grupos de matrimonios, por lo que eso ocupa algunas tardes.
Por lo menos dos veces a la semana voy a Santiago. Los jueves, a veces hay hora eucarística aquí en Rancagua y a veces en Santiago, así que trato de organizar varias actividades para hacer en el viaje. Luego regreso a casa en la noche, suelo cenar algo rápido, hago mis oraciones de la noche y a dormir.
¿Cuál es la clave de un buen día para usted?
La clave de un buen día sería haber hecho mi oración a tiempo y de manera tranquila, porque muchas veces eso es lo difícil; uno siempre está corriendo y dice: “Ya rezaré el Rosario a tal hora”, pero si llega alguien, lo rezo después. En segundo lugar, es estar disponible; siempre tengo cosas que hacer, pero no debo olvidar qué necesita la persona que tengo enfrente. Podría pasar todo el día respondiendo correos, organizando los apostolados, pero si no estuve atento a las necesidades de las personas que vi durante el día y solo me concentré en terminar mi lista de prioridades, eso estuvo mal.
Obviamente, si logro los objetivos de los apostolados, eso es más difícil de medir. Puede que haya dado una buena homilía, pero si llegó o no a los demás, solo lo sabe el Espíritu Santo. Por lo tanto, no mediría un buen día en términos de número de confesiones o en qué tan bien salió la predicación; lo mediría más por lo que me propuse hacer. Para mí, un buen día es lograr lo que me planteé, pero más en términos de actitud que de acciones.
¿Qué hace para relajarse o alegrarse si está teniendo un mal día?
Si tengo un mal día porque hay cosas que no están saliendo o se han cancelado, no me preocupa mucho; no cambia mi estado de ánimo. Sin embargo, si me siento mal por algo, especialmente por cansancio, o si veo que algo se me está escapando de las manos y ya no puedo hacer nada, lo primero que hago es decirle a Jesús: “Tú te encargas y avísame qué hay que hacer”. Si no puedo hacer nada, le pido que me enseñe a aceptar que no puedo hacer nada. Y si hay algo que se puede hacer, le pido que se encargue también, porque al final esto es suyo.