Está por concluir este año 2020. Un año que seguramente quedará marcado en nuestra memoria y que recordaremos como un periodo único y extraordinario en la historia de la humanidad, por la sorpresiva crisis generada por la pandemia del Covid-19.
Un año que ante todo, en el que hemos experimentado nuestra fragilidad y vulnerabilidad; desconcierto, inseguridad, incertidumbre e impotencia. Hemos vivido largos meses de confinamiento, cuarentenas y distanciamiento social. Hemos tenido la oportunidad de detenernos. Por largos meses se han parado nuestras agendas, proyectos, planes, rutinas y prioridades. Y, a través de estas circunstancias tan difíciles, el Señor nos ha invitado a recuperar lo que verdaderamente alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida; a volver a lo esencial, a optar por aquello que realmente vale la pena y a renunciar a lo que es pasajero y efímero; a restablecer el rumbo de nuestra vida y a volver a Él.
Aunado a esto, hemos vivido momentos de fuertes tensiones sociales en Chile y de profunda crisis económica en Argentina. No han sido meses sencillos. Pero en medio de toda esta difícil realidad, los cristianos sabemos que Dios es un Dios fiel, cercano, que camina con nosotros, que no nos abandona y que nos ha prometido estar «con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Dios es un Dios que se compadece ante el sufrimiento de los hombres, que sale al encuentro de cada persona para darle vida en abundancia (Jn 10, 10); que reconoce al otro, mira al hombre con compasión, amor y ternura; que escucha atentamente los gemidos del corazón; que responde a las necesidades del hombre, lo cura, sana, consuela, restablece, restaura, libera y redime.
Un año nuevo está por comenzar. Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos ayude a vivir siempre sabiéndonos muy pequeños, frágiles y pobres, profundamente necesitados del Señor; buscando los bienes del cielo y no los de este mundo (Col 3, 1-2); reconociendo que todos somos responsables unos de otros, siendo solidarios entre nosotros y sensibles a las numerosas necesidades y sufrimientos de nuestro prójimo.
La pandemia, tarde o temprano, pasará. Las dificultades también pasarán. Lo que permanecerá será el amor con el que vivamos cada momento y circunstancia de nuestra vida. No olvidemos que el amor es más fuerte que todo (cf. Cantares 8, 6).