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Anamaría Mardónez, consagrada del Regnum Christi, colabora en el área de asistencia espiritual y pastoral de esta institución de salud. “Se aprende del milagro de la vida, a sobreponerse a una dificultad, sobre la tristeza del despedirse y a dejar que la vida vaya concluyendo”, reflexiona sobre su labor.
¿Desde hace cuánto tiempo te dedicas al acompañamiento de los enfermos y sus cuidadores? ¿De dónde surgió esta inquietud por ejercer tu misión desde este campo?
“La verdad es que desde mis primeros años de vida consagrada acompañaba a gente al doctor y les atendía. En el año 2017 tuve la oportunidad de iniciar estudios de especialización en esta área y desde entonces me he ido formando”.
¿Qué rol ha tenido la pastoral de la salud y el acompañamiento en estos tiempos tan críticos?
“El regresar a Chile y poder estar dentro del sistema sanitario en un país en Latinoamérica ha sido todo un aprendizaje. Ciertamente, al trabajar en los hospitales de la Católica, estoy en un ambiente privilegiado, donde la persona está al centro de la atención y donde en general el personal considera el acompañamiento espiritual como un aporte. Por eso, no es raro que se llame al personal de pastoral en situaciones de fin de vida, de angustia de un paciente o en estado crítico.
En estos días estuve visitando un paciente, el cual estaba muy desorientado y llevaba siete meses desde que fue internado por COVID. Creo que la presencia serena del acompañamiento, una mirada, un gesto, una sonrisa (con los ojos por la mascarilla), generó en él una cierta calma, pudo confesar su credo y tuvimos un momento de oración juntos. Éste es el aporte que hace la asistencia espiritual: ayuda a encontrar la fortaleza en un área que es distinta a la física y que está en el centro del corazón del paciente”.
¿Cómo la experiencia del dolor y sufrimiento puede tomar sentido en una enfermedad? ¿Qué rol juega aquí la dimensión espiritual?
“La verdad es que la dimensión espiritual es todo ante el sufrimiento porque es un misterio. También yo voy a la capilla y le pregunto a Dios por qué permite tanto dolor. Creo que sólo tiene sentido porque el Señor se lo ha dado. En el Evangelio encontramos episodios como cuando Jesús tomó de la mano a la suegra de Pedro y la curó. Jesús no quiere el dolor ni el sufrimiento que lleva la enfermedad, pero lo permite porque Él ya le ha dado sentido. Un paciente oncológico me dijo un día, “soy una mejor persona después de esta enfermedad”. Esto fue una gran lección”.
¿Cómo acompañas a los enfermos que son de otras religiones o que simplemente no creen en Dios?
“Es un hermoso desafío. Aquí en Chile me estoy encontrando con bastante frecuencia con hermanos evangélicos, testigos de Jehová, mormones y también algunos no creyentes. La formación que he recibido tiene en consideración este aspecto. Uno va a lo más esencial de la persona, que es que somos todos humanos y que compartimos por tanto ser cuerpo, alma, psicología, etc.
Lo que busco es encontrar el espacio común. La enfermedad nos pone en una situación de tal vulnerabilidad, que cuando tú le preguntas al paciente dónde están sus motores y motivaciones, aparece desde su espiritualidad, que puede ser en algunos casos, una no creencia. También surge la familia, el trabajo, el amor por la vida y entonces es ahí donde construimos el discurso y donde la persona, que acompaña espiritualmente, parte de la fortaleza que el mismo paciente está mostrando”.
¿Cómo crees que el carisma del RC se vive a través de esta labor?
“El acompañamiento es uno de nuestros pilares. El paciente se presenta de una manera privilegiada para ser acompañado porque la debilidad física, la fragilidad y la vulnerabilidad son el ambiente de quien está enfermo. Por lo tanto, es clave que quien está junto a él, muchas veces de manera silenciosa, pero con un gesto amable, solidario y de humanidad, es el primer paso del acompañamiento.
Es un misterioso cómo el sufrimiento humano hace emerger de manera profunda todos los grandes dolores de la vida de la persona, que no tienen que ver, en la mayoría de los casos, con el padecimiento físico. Es entonces donde el acompañamiento puede ayudar a que la persona vaya haciendo fluir ese padecimiento, que con frecuencia son duelos no resueltos, golpes de la vida. Es estar ahí y ayudarle a explorar esas áreas del sufrimiento que se convierte en la cura del momento.
El acompañamiento en una situación de ancianidad, de debilidad o fragilidad física, realmente es un tesoro. Además, en poco tiempo tú ves cómo la persona se siente más aliviada y después cuando vienes a visitarlos normalmente lo expresan, con un gracias o contando cuánto le ayudó ese momento de encuentro”.
¿Qué has aprendido de esta experiencia?
“Hay miles de cosas que se aprenden. Hay quien dice que el paciente es un Evangelio abierto. La verdad es que es muy emocionante que en cada encuentro un paciente, sus familiares o incluso con el personal sanitario, se aprende algo del milagro de la vida, a sobreponerse a una dificultad, sobre la tristeza del despedirse y a dejar que la vida vaya concluyendo”.
“El acompañamiento busca ayudar al otro para que, por la acción de la gracia y la colaboración humana, pueda responder a las preguntas y retos con que se encuentra en su itinerario de crecimiento humano y espiritual”, Estatutos Federación RC 35. |