Regnum Christi Chile

Un voluntariado que despertó la capacidad de amar sin esperar nada a cambio

Un grupo de cuatro jóvenes realizaron su voluntariado de verano en un hogar para niñas de la localidad de Puntarenas, ubicada a dos horas de la capital costarricense de San José. Esta experiencia en Costa Rica causó un profundo impacto en sus vidas debido a que en ese lugar encontraron a un grupo de personas que llenaron sus días de cariño, entusiasmo y amor. Ellas fueron a entregar su tiempo a las niñas del Hogar Cristiano de las Misioneras de la Asunción y a cambio recibieron la enseñanza que con muy poco se puede ser feliz y que con Dios todo es posible.   

Durante catorce días, cuatro voluntarias del Regnum Christi realizaron diversas actividades espirituales, deportivas, artísticas y de recreación en el Hogar Cristiano de las Misioneras de la Asunción. Llegaron a Costa Rica para servir a 80 de las niñas más necesitadas de la localidad de Puntarenas, ubicada a dos horas de la capital costarricense de San José. En ese lugar encontraron un grupo de niñas que llenaron sus días de cariño, entusiasmo y amor. Fueron a entregar parte de su tiempo para ayudar en el centro y a cambio recibieron la enseñanza de que con muy poco se puede ser feliz. Las personas del hogar les demostraron que con Dios todo es posible. Fue una experiencia vitalizante que las voluntarias nunca podrán olvidar. Tres de esas jóvenes nos comparten sus testimonios de esta invaluable experiencia en centro américa.

Alejandra Pettersen (18 años): Ex – alumna del colegio Everest y estudiante de Medicina en la UDD

Nos demostraron que con Dios todo es posible.

“Después de mucho organizar y trabajar, logramos juntar ideas, materiales y distintas actividades para las niñas. Apenas entramos por el portón principal del hogar, nos dimos cuenta que el largo viaje había valido la pena. ¡El hogar era un sueño! Cinco casas distribuidas en un lindo y amplio sitio, cada una de ellas con un nombre especial. Las niñas sonrientes nos saludaban por las ventanas y curiosas nos hacían millones de preguntas. Luego de nuestro primer encuentro con las niñas pudimos conocer a las seis hermanas encargadas del hogar. Cada una de ellas irradiaba felicidad a pesar de su agotadora rutina de todos los días.

Fueron catorce días de amor puro. Las niñas más pequeñas fueron muy cariñosas y siempre participaron muy entusiasmadas de las actividades que les habíamos preparado. Las mayores del Hogar fueron un gran ejemplo de fortaleza para cada una de nosotros. Cada una de ellas nos enseñó como ver la vida con otros ojos. Los lazos que creamos con ellas fueron lazos muy especiales, porque independiente de que nuestras realidades fueran tan distintas, pudimos aconsejarnos mutuamente y crecer como nunca antes. Cada una de las niñas que viven en ese hogar es especial y nos hacen despertar la capacidad de amar sin esperar nada a cambio.

Nos mostraron todos los días que con poco se puede ser muy feliz. Nos demostraron que el pasado nunca es razón para no vivir el presente y que con Dios todo es posible. Nos enseñaron mucho más de lo que pensábamos que nos iban a enseñar. Sinceramente les digo que estas dos semanas de servicio fueron vitalizantes y me llenaron de fuerzas para ser capaz de amar cada día un poco más”.

Alicia García (18 años): Ex – alumna del colegio Everest y estudiante de Pedagogía en la PUC

En el voluntariado aprendí que todos merecemos amor incondicional y que la bondad cura todo.

“Antes de partir, estaba emocionada por la nueva experiencia, pero a la vez estaba asustada porque quizá las más grandes no nos iban a querer recibir o nos iban a tratar mal. Llegamos, y lo primero en que me fijé, fue en la gran cantidad de niñas pequeñas que jugaban en el patio todo el día. Nos recibieron las monjas para almorzar y nos explicaron todo. Al día siguiente partió lo que sería nuestra rutina por dos semanas: salir de la casa para llegar temprano al hogar; pasar a la capilla; organizar las actividades del día; jugar con las pequeñas; almorzar; salir a jugar de nuevo; y tener nuestra hora de Pure Fashion con las grandes cuando llegaban del colegio. Lo que habían vivido cada una de las niñas eran experiencias impresionantes. Venían todas con heridas internas enormes, de las que yo por lo menos, no sé si me recuperaría. A pesar de ello, eran súper cariñosas, acogedoras y con ganas de hacer cosas. Las más chicas eran tiernísimas, cuando llegábamos al hogar se nos tiraban encima para abrazarnos, nos invitaban a jugar y de repente solo querían regalonear un rato. Las más grandes, al principio se mostraban más distantes, pero de a poco se fueron soltando y pudimos compartir más con ellas. El proceso de conocer a las niñas yo lo divido en tres etapas.

La primera es la más fácil. A simple vista son exquisitas, contentas y regalonas. Lo único que pensaba era que me las quería llevar a todas a mi casa a todas para darles cariño y jugar con ellas. La segunda etapa era más complicada. Aparecen las peleas entre ellas, los tirones de pelo, los gritos y los llantos. Uno ya no tiene la misma energía de antes y la disposición para jugar con ellas ya no era la misma. No era que ya no quisiera estar allá, sino que aparecía la otra cara de la moneda, en donde no todo era tan fácil y en donde las niñitas no eran tan tiernas como creíamos. Después llega la tercera etapa en done uno se da cuenta que son niñas llenas de amor para entregar y que necesitaban urgentemente recibir ese amor devuelta. Me pasó que lograba identificarme con ellas en las distintas etapas que cada una estaba, porque aunque yo no viví su situación, ¡yo también tuve su edad en algún minuto! Son todas adorables y son todas queribles. Al final de todo, eran todas personas, y gracias a la ayuda de nuestras oraciones de la mañana, Dios me hacía ver que merecían ser queridas, al igual que todo el mundo, y no por compasión, sino porque el ser hijas de Dios, personas, ya les daba un valor infinito, que nadie podía quitarles.

Si hay algo que destaca al hogar es la alegría y el amor con el que todos hacen su trabajo. Las monjitas son las personas más activas que he conocido en mi vida. No paraban de hacer cosas excepto cuando se iban a dormir. Todo lo hacían con una dedicación y un cariño impresionante. Literalmente daban su vida a Dios a través de la entrega a estas niñas. Lo que más me lleve de esas dos semanas en Costa Rica es que todos merecemos amor incondicional, segundas oportunidades y que la bondad cura todo. Los invito a todos a que vayan porque es una experiencia preciosa y que vayan preparados para absorber mucho y que sepan que lo mejor que pueden dar siempre, no solo en ocasiones como esta, es cariño.

Josefa Tellez  (19 años): Ex – alumna colegio Alemán de Santiago y estudiante de Medicina en la UDD

La niñas nos enseñaron a ver un poco más con los ojos de Dios, a no discriminar y a ver la necesidad en la gente.

Este voluntariado fue mucho más que ir a ayudar en labores de casa como lavar ropa, ayudar con la comida o limpiar la casa. La verdad es que cuando partimos de Chile ninguna de nosotras sabía a qué íbamos por eso tratamos de llevar cosas para todo tipo de situaciones. Mi mayor susto era el encuentro con las niñas más grandes. No sabía si iban a abrirse lo suficiente con nosotras o si iban a escuchar los consejos en el programa de Pure Fashion que les teníamos preparado exclusivamente para ellas. La situación con las más chicas también era un misterio, no había forma de saber con antelación que actitud iban a tener frente a cuatro desconocidas.

Al llegar nos encontramos con un hogar lleno y cuidado con mucho amor. Siempre fuimos recibidas con un “¡Muchachas!” y muchos abrazos. Varias de las niñas estaban dispuestas a participar de nuestras actividades, pero no todas. A medida que fueron pasando los primeros días cada vez se iban sumando más de ellas, que finalmente siguieron yendo, hasta el último día. Nuestro trabajo era agotador, pero la fuerza que nos dio Dios para dar nuestro máximo todos los días era impresionante. Ese esfuerzo era devuelto con una sonrisa de las niñas completamente pura, y hacerlas sonreír en esos momentos, por tener a alguien nuevo con quien jugar, es indescriptible. Les brillaban los ojos de felicidad. Nos tocaron momentos difíciles, momentos en los que nos tocó realizar labores que en realidad deberían hacer sus padres. Es fuerte luego pensar que todo lo que necesitan es cariño. Les faltan abrazos, les falta alguien que escuche sus problemas y a veces también les faltaba un hombro sobre el cual llorar. Poder darles eso y ver cuánto lo aprecian y todo lo que les sirve fue sin duda lo más valioso para nosotras.

Estuvimos en un lugar donde no importaba de donde viniera cada una de ellas o nosotras, eras persona y te querían por como eras por dentro. Ellas también nos enseñaron a nosotras. Nos enseñaron a ver un poco más con los ojos de Dios, a no discriminar y a ver la necesidad en la gente. Tratamos de ayudar en todo lo que pudimos y realmente se generó un ambiente de pura generosidad. Nos conocimos entre nosotras, conocimos más de lo que creíamos a las niñas y nos dimos cuenta que no solo nosotras podíamos enseñar algo a las niñas, sino que ellas nos estaban enseñando muchísimo a nosotras también. Este es un voluntariado para cualquiera que esté dispuesto y abierto a ayudar en lo que se requiera, ya que toda ayuda es necesaria, el que quiera crece espiritualmente y principalmente, para el que quiera regalar amor a quienes realmente les hace falta.

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