Abrigar la Esperanza es un proyecto que congrega a mujeres tejedoras para dar un sentido espiritual y finalidad social a su trabajo, que empezó en Santiago durante la pandemia, luego se expandió a Viña y por último a Linares. Es ahí donde entra Suzette Morales, quien participó en Viña desde los inicios del proyecto y tras la pandemia se fue a vivir al campo. Con un grupo de amigas siguieron allá el apostolado.
Suzette es madre de cuatro hijos, tiene seis nietos. Vive entre Viña y Linares desde la pandemia. No le emocionaba mucho la idea de vivir en el campo, pero decidió hacer algo al respecto y fundó un grupo de oración, para luego empezar con Abrigar la Esperanza.
“La misión más importante de este maravilloso apostolado es Abrigar la Esperanza al más necesitado”, cuenta Suzette y agrega que un gran objetivo es “estar presente cuando las necesidades ameritan”.
A través de este apostolado buscan principalmente ayudar “a las personas que por diferentes razones están sufriendo necesidades y apoyarlas” explica.
Si otros quisieran colaborar y ser parte del proyecto, lo que más ayuda es “hacer aporte de cuadrados para hacer frazadas o cooperar con lanas”.
“La inmediatez de las necesidades, ante lo cual teníamos que llegar con la ayuda lo antes posible, también las inundaciones y los niños vulnerables”, son los principales desafíos que han enfrentado.
Uno de sus mayores logros ha sido llegar a las “escuelas en la precordillera”, cuenta Suzette. “Ha sido maravilloso el poder llegar a lugares donde se necesita demasiado”, ojalá poder “crecer para poder ampliar nuestro objetivo”, para ella “es importante el tener a Dios y María Santísima en nuestra alma, siempre pedimos su ayuda”.
Por último, con el mismo grupo de mujeres que trabajan en Abrigar la Esperanza “formé el taller de oración, nos juntamos los jueves”.
Para Suzette es fundamental “difundir nuestra experiencia, para motivar a aquellas personas que sientan la necesidad de ayudar”.
