Introducción
En el ensayo publicado en octubre de este año, reflexionamos sobre las parábolas del Reino como criterios de discernimiento según la espiritualidad del Regnum Christi. Profundizando en esto, y al acercarnos a la solemnidad de Cristo Rey, queremos pedir la gracia de asumir los rasgos del Reino que nos sugiere el evangelio, para “revestirse del Señor Jesucristo”. (Rm 13, 14)
Al reflexionar en este tema, es bueno medir hasta qué punto el Evangelio está arraigado en nuestras vidas y discernir las formas en que la misión puede seguir desarrollándose según estos principios, en lugar de recaer siempre en los principios de eficacia y de la sola lógica humana. Cuando estamos atentos a las orientaciones que Cristo nos da, podemos confiar en que “El Reino de Dios está entre vosotros”. (Lc 17, 21) Es un Reino como el trigo entre la cizaña, un grano de mostaza, la levadura en la masa y el tesoro encontrado en un campo.
En los evangelios, Cristo menciona también algunos rasgos del Reino que nos ayuda a quitar los obstáculos si queremos ser verdaderos testigos de su amor: un Reino que no es de este mundo, que no es pasivo, ni construido sobre nuestras seguridades, ni por aquellos que buscan ser servidos. Esto nos lleva directamente a las cuatro parábolas que hemos mencionado anteriormente. Rezando con todos estos pasajes que describen el Reino, estemos más preparados para ponernos al servicio de Cristo Rey.
Este año, además, Cristo Rey se celebra con una liturgia de la palabra que pone en el centro la parábola del Reino: esa en la que Jesús nos recuerda que Él habita en cada persona y que lo que hagamos con cualquiera de sus pequeños a Él se lo hacemos. Él mismo, su Reino, su amor, se hace presente cuando acogemos a los demás en sus necesidades e indigencias, porque Él mismo escogió la pobreza, la cruz y la necesidad para salir a nuestro encuentro y expresarnos su amor.
Meditar cómo es el Reino que Jesucristo vino a instaurar, que es Él mismo en persona, nos ayudará en nuestra lucha diaria por configurarnos con Él para hacerle presente aquí y ahora.
Nota práctica: La novena consta de una llamada y respuesta inicial, seguida del versículo evangélico correspondiente, un momento de silencio y una reflexión que puede decirse en voz alta o individualmente. A continuación, se rezan la oración final y la invocación.
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