El cursillo internacional del ECyD fue una oportunidad para que 40 jóvenes chilenas de 8° básico y I° medio conocieran a nuevas personas, profundizaran su formación apostólica y espiritual y fortalecieran la mística del ECyD. Una mística que no tiene fronteras tras el encuentro al otro lado de la cordillera. Tres niñas miembros del ECYD nos cuentan su experiencia en Argentina.
Fue una actividad de integración binacional, de formación espiritual y apostólica y de fortalecimiento de la mística del ECyD. Del 14 al 19 de julio, para 40 jóvenes chilenas de 8° básico y I° medio el cursillo internacional en Buenos Aires será una experiencia que nunca olvidarán en sus vidas. De la visita al parque temático Tierra Santa a los retiros en la Villa Marista, de los diversos talleres hasta la peregrinación al Santuario de Luján, Natalia Ragonesi, Javiera Valverde y Luciana Ragonesi nos cuentan su testimonio de los días vividos al otro lado de la codillera.
Natalia Ragonesi (I° Medio Colegio Everest): “Este cursillo me ayudó a conocer buenísimas personas y a conocer a Jesús más que como un Dios lejano como un amigo que quiere que vivamos unidos aunque estemos separados por cordilleras. En este encuentro aprendí que aunque Jesús no te hable cara a cara, te habla a través de las personas y ellas van a estar siempre para lo que necesites. También me quedo con lindos recuerdos de las conversaciones con las consagradas, las colaboradoras y con unas nuevas amigas que no se olvidarán”.
Javiera Velarde (I° Medio Colegio Cumbres): “¿Con qué uno se queda del cursillo en Buenos Aires? Con una nueva familia, que aunque solo sean cinco días, uno siente que la conoce de toda la vida compuesta por las consagradas, las colaboradoras, amigas de otros colegios e incluso de otros países. Pero principalmente uno se queda con que el que une a todos no es nada más ni nada menos que Dios, quien nos acompaña durante toda esta experiencia. El cursillo 2017 fue una experiencia única que repetiría sí o sí”.
Luciana Ragonesi (8° Básico Colegio Everest): “Ir al cursillo fue una de las mejores experiencias que me ha pasado en mí vida. Fue un momento para crear nuevas amistades de diferentes países pero al mismo tiempo unirse poco a poco más Dios. En el cursillo siempre tenías tu momento de hablar, de contar tus problemas y de que siempre haya alguien allí para escucharte y aconsejarte, consagradas, amigas o colaboradoras. Las actividades fueron diferentes al resto ya que tenían un legado o una moraleja en cada una de ellas y siempre iban unidas a la figura de Jesús. Yo por mí regresaría y volvería a vivir todas las experiencias de este cursillo ya que te enseñan mucho. A mí me ayudó a darme cuenta de todo lo bueno que tiene la vida, todas las cosas que tiene uno para aprovechar, todo lo que uno puede aportar, todo lo que uno puede cambiar y cómo. O todo lo que uno mismo tiene que cambiar para ayudar a los demás y para vivir feliz”.