Regnum Christi Chile

La felicidad está en otras cosas: lo que dejó la misión en Olmué a una familia del Cumbres

La familia Suspichiatti Jugo, del Colegio Cumbres, vivió su primera misión como familia en Lo Narváez, Olmué. En medio de una Semana Santa de servicio, comunidad y fe, descubrieron el poder transformador de salir al encuentro del otro. 

Carlos Suspichiatti Bacarreza (39), ingeniero comercial, y María Begoña Jugo De Las Heras (38), abogada, junto a sus cuatro hijos —Francisco, Carlos, Arantza y Candelaria— decidieron este año vivir la Semana Santa de una forma diferente. Por primera vez participaron como familia misionera, en las misiones organizadas por el Colegio Cumbres en Olmué, específicamente en el sector de Lo Narváez. 

“El año pasado nos gustó mucho la idea, pero estábamos con guagua muy chica, de manera que decidimos esperar. Entonces este año, apenas hicieron la invitación, nos inscribimos, porque teníamos muchas ganas de participar”, explica Begoña. 

Aunque ambos habían vivido experiencias misioneras en su época universitaria, esta fue la primera vez que lo hicieron junto a sus hijos. “Con los niños, obviamente ese contexto [de reflexión] no se da, y nos pareció muy atractivo participar de una manera distinta, con otras familias, que tuviera como centro el servicio social”. 

Uno de los momentos más emocionantes de la misión fue la Vigilia Pascual, que incluyó un bautizo y una primera comunión. “Nos comentaron después que hace mucho tiempo que no se celebraba ningún sacramento como primera comunión o bautizo en esa capilla. Entonces fue muy emocionante poder ver que el estar allá no era simplemente una cosa simbólica, sino que realmente se estaba generando un impacto en la comunidad”. 

Otra experiencia profunda fue la visita al hogar de ancianos: “Muchas veces son personas que están solas, con distintas dificultades. Yo creo que es una alegría poder visitarlos, y especialmente que participen niños, eso les da mucha vitalidad”. 

La fe también se hizo tangible en un gesto de providencia. “Una compañera de trabajo me había preguntado si iba algún sacerdote a las misiones, porque su mamá estaba enferma. Le pregunté al Padre Alberto Puértolas, que en el instante me dijo que sí. Fue tan bonito y significativo lo que conversó con ellos, y les administró la confesión y la unción de los enfermos. Para nosotros como familia, esta fue una tremenda experiencia de Misión”. 

La participación de sus hijos fue clave: “Los niños estaban felices. Fue especialmente importante acercarlos a esta idea de ponerse al servicio de los demás”. En una ocasión, uno de sus hijos se mostró cansado, pero “se le acercó otro niño que ya había misionado varias veces y le explicó lo importante que era dejar de lado lo que le pasaba a uno para ponerse al servicio de los demás”. 

Para la familia, la experiencia fue un punto de inflexión. “Nos deja grandes aprendizajes, al ver cómo Dios nos ofrece distintos caminos de vivencia del Evangelio. Esto también implica un desafío: estar atentos a esos caminos y tratar de ser un aporte como familia en ese contexto”. 

La convivencia con otras familias fue otro regalo inesperado: “Era un ambiente sencillo, sin lujos, pero vimos la buena disposición y alegría de todas las familias. Los niños hicieron nuevos amigos, y eso va quedando y se va profundizando”. 

En cuanto a lo que se llevan en el corazón: “Nos quedamos con que cuando uno está dispuesto a dar o a ofrecer algo, es increíble cómo Dios lo multiplica. Participar de unas misiones como estas implica salir del esquema de consumo y volver a experimentar que la felicidad está en otras cosas”. 

Finalmente, animan a otras familias a dar el paso: “A veces uno no se anima por la logística que implica con varios niños, pero está todo muy bien organizado. Es una instancia espectacular para vivir la Semana Santa de manera distinta, con un enfoque de servicio a una comunidad. Y si tienen dudas, que al menos vayan por el día. También es una súper buena opción”. 

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