Pablo está en primer año de Ingeniería Civil y en febrero decidió participar en las misiones de Hornopirén junto a otros 24 voluntarios.
¿Qué te hizo participar en las misiones?
Sentí que era una buena forma de conectar con Dios en las vacaciones. En ese período, siempre pasa que uno se siente alejado de Dios, no con la misma motivación de todo el año, lo que bajonea un poco. Entonces, misionar en la mitad de las vacaciones con gente universitaria mayor, no me lo perdía ni por si acaso, por lo que fui sin dudarlo.
¿Cómo fue la experiencia?
Fue de otro mundo. En mi vida me había sentido tan apóstol de Dios, y tan bajo Su gracia como en estas misiones. El ambiente era demasiado especial, todos demasiado santificados. Siendo el más chico con la Maca Barroilhet, aprendimos demasiado de la fe que tenían los más grandes porque realmente la vivían de la forma más genuina que existe, y me hizo cambiar para bien mi visión de la fe y mi forma de amar a Cristo.
¿Con qué te quedas?
Con la experiencia del Espíritu Santo que todos vivimos y nos llevamos. Realmente, todos vivimos el Espíritu Santo en las misiones, lo que cambió totalmente mi vida. Me hizo replantearme cómo estaba viviendo mi vida de fe, si estaba creyendo o no en lo que nos promete Dios una y otra vez, en la Biblia.
¿Cómo fue la relación con la comunidad local?
Fue increíble. Estábamos tan iluminados que, incluso personas evangélicas nos invitaban a almorzar. El pueblo nos acogió de una manera demasiado buena. Su párroco, el Padre Andrés, nos fue a dar una charla. Nos enseñó que, sin importar la edad, si se vive junto a Dios, existe la vitalidad para hacer todo lo que quiera una persona.
¿Qué te parecen estas experiencias que te ofrece el Regnum Christi?
Me fascinan. Son las que hacen que uno llegue tan lleno de la gracia de Dios, que lo único que quieres es compartir, con todo el mundo, lo que vivió. A cada quien el Espíritu Santo le pega de forma distinta y es lo necesario para recargar las energías en Dios y continuar con todo viviendo con Él.